Máscara maya correspondiente al periodo posclásico, encontrada en Placeres, Campeche y expuesta en el Museo Nacional de Antropología e Historia de México.
Durante ese largo tiempo, en ese territorio se hablaron decenas de dialectos que dieron lugar a las 44
lenguas mayas modernas. Hablar de los "antiguos mayas" es referirse a la historia de una de las culturas
mesoamericanas precolombinas más importantes, pues su legado científico y astronómico es mundial. Contrariamente a una creencia muy generalizada, la civilización maya nunca "desapareció". Por lo menos, no por completo, pues sus descendientes aún viven en la región y muchos de ellos hablan alguno de los
idiomas de la familia
mayense.
La literatura maya ilustra la vida de esta cultura. Obras como el
Rabinal Achí, el
Popol Vuh, los diversos libros del
Chilam Balam, son muestra de ello. Lo que sí fue destruido con la conquista es el modelo de
civilización que hasta la llegada de los primeros españoles, había generado tres milenios de historia.
Los mayas hicieron grandes e impresionantes construcciones desde el Preclásico medio y grandes ciudades como
Nakbé,
El Mirador,
San Bartolo,
Cival, localizadas en la
Cuenca del Mirador, en el norte del
Petén, y durante el preClásico, las conocidas
ciudades de
Tikal,
Quiriguá (ambas las primeras en ser declaradas
Patrimonio de la Humanidad por la
Unesco, en 1979 y 1981 respectivamente),
Palenque,
Copán,
Río Azul,
Calakmul,
Comalcalco (construida de ladrillo cocido), así como
Ceibal,
Cancuén,
Machaquilá,
Dos Pilas,
Uaxactún,
Altún Ha,
Piedras Negras y muchos otros sitios en el área. Se puede clasificar como un imperio, pero no se sabe si al momento de colonizar impusieron su cultura o si fue un fruto de su organización en
ciudades-estadoindependientes cuya base eran la
agricultura y el
comercio. Los monumentos más notables son las
pirámides que construyeron en sus centros
religiosos, junto a los palacios de sus gobernantes (lugares de gobierno y residencia de los nobles), siendo el mayor encontrado hasta ahora el de
Cancuén, en el sur del
Petén, muchas de cuyas estructuras estaban decoradas con pinturas murales y adornos de
estuco. Otros restos
arqueológicos importantes incluyen las losas de
piedra tallada usualmente llamadas
estelas (los mayas las llamaban
tetún, ‘tres piedras’), que muestran efigies de los gobernantes junto a
textos logográficos que describen sus
genealogías, entronizaciones, victorias militares, y otros logros. La cerámica maya está catalogada como una de las más variadas, finas y elaboradas del mundo antiguo.
Gran parte de la población estaba dedicada a las jornadas agrícolas, por ello usaron ropa adecuada a las condiciones necesarias, además la indumentaria dependía del nivel social. La mayoría de la gente vestía sencillamente: las mujeres con el
sovon o hipil o una falda y su manto; y los hombres con una especie de
calzón llamado
patí. Sin embargo, la
nobleza utilizaba ricos y complicados atuendos bordados con
plumas y
gemas, calzaba
sandalias de
mixa y lucía grandes tocados de
plumas, además de
collares, pectorales y pesados cinturones con incrustaciones de
nácar y piedras grabadas. Otras prendas comunes entre los nobles fueron las faldas, capas cortas o largas, chaquetas (generalmente de piel de
jaguar o
algodón), adornos de
conchas,
caracoles y diseños geométricos. Aparte del tocado, algunos nobles y sacerdotes llevaban enormes orejeras, narigueras,
brazaletesy anillos de
jade,
cuarzo y
oro, y se perforaban la
barbilla, bajo el labio inferior, para incrustarse un bezote.
Entre los accesorios había
sombreros, turbantes, penachos,
diademas y
gorros cónicos. Por lo general el jade era muy utilizado hasta el 900 a. C. (aunque no desaparece) y posteriormente llega la
joyería de
oro.
Podemos imaginar, por las pinturas murales de
Bonampak, la riqueza y suntuosidad que irradiaban estos atavíos en las ceremonias y también en las batallas, en donde los guerreros añadían al vestuario sus armas, escudos y cotas o chalecos protectores también profusa y bellamente adornados.
El
otomí es un
pueblo indígena que habita un territorio discontinuo en el centro de México. Está emparentado lingüísticamente con el resto de los pueblos de habla
otomangueana, cuyos antepasados han ocupado la
Altiplanicie Mexicana desde varios milenios antes de la era cristiana.
[cita requerida] Actualmente, los otomíes habitan un territorio fragmentado que va del norte de
Guanajuato al sureste de
Tlaxcala. Sin embargo, la mayor parte de ellos se concentra en los estados de
Hidalgo,
México y
Querétaro. De acuerdo con las estadísticas de la
Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de México, la
población étnica2 otomí sumaba 646.875 personas en la República Mexicana en el año 2000, lo que les convierte en el quinto pueblo indígena más numeroso del país. De ellos, sólo un poco más de la mitad hablaban el
otomí. Al respecto, cabe decir que la lengua otomí presenta un alto grado de diversificación interna, de modo que los hablantes de una variedad suelen tener dificultades para comprender a quienes hablan otra lengua. De ahí que los nombres con los que los otomíes se llaman a sí mismos son numerosos:
ñätho (
valle de Toluca),
hñähñu (
valle del Mezquital),
ñäñho (Santiago Mezquititlán en el Sur de Querétaro) y
ñ'yühü (
Sierra Norte de Puebla,
Pahuatlán) son algunos de los gentilicios que los otomíes emplean para llamarse a sí mismos en sus propias lenguas, aunque es frecuente que, cuando hablan en español, empleen el etnónimo
otomí, de origen náhuatl.
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